1982 - Murió Gilles Villeneuve, quien fue un piloto de automovilismo canadiense, que llegó a participar en la Fórmula 1 bajo las escuderías de McClaren y Ferrari. Logró seis victorias, 13 podios y dos Pole Position, resultando su mejor año en 1979, cuando logró el subcampeonato de la categoría.
El 8 de mayo de 1982, en el circuito belga de Zolder donde se disputaban las pruebas clasificatorias para el Gran Premio de Bélgica, era un día tétrico, faltaban ocho minutos para el fin de los ensayos y los dos pilotos de Ferrari, Gilles Villeneuve y Didier Pironi, estaban trenzados en un duelo feroz, al último golpe. A ninguno le importaba la primera fila de la grilla. Ni lo que hacían los otros. Lo que buscaban, con una dureza furiosa, era estar uno delante del otro. Pironi era sexto y Villeneuve octavo. A este último, que durante toda la jornada no había dirigido una sola palabras a los integrantes del equipo Ferrari y ni siquiera había saludado al piloto francés, se le ordenó entrar a boxes cuando estaba iniciando su último intento por mejorar su crono. Eran las 13,52 horas. Pasó a fondo por la línea de sentencia y marchó, sin levantar el pie del acelerador, rumbo al destino que lo esperaba.
Gilles Villeneuve
Yo vi todo. Me había ubicado, junto a los mecánicos de Ferrari y al colega y amigo Giancarlo Cevenini, delante de uno de los monitores que habían instalado en el box italiano. Las cámaras de la televisión seguían a Villeneuve cuando enfrentó la chicana que estaba enseguida atrás de los boxes y la bajada sucesiva que introduce a la curva Terlamen, a un paso de un bosquecito. Imprevistamente, Gilles, que venía a fondo, se encontró delante el March amarillo del alemán Joachen Mass, quien lo vio llegar y se desplazó hacia su derecha, para afrontar la curva por la cuerda interna, pensando que Gilles lo superaría por la izquierda. Pero el hombre de Ferrari hizo al revés, o sea que intentó pasar por ese costado, para afrontar la Terlamen por adentro, que era la trayectoria más veloz.
La Ferrari de Villeneuve, tras impactar el March de Joachen Mass, decola por los aires
El impacto fue tremendo, tanto que el camarógrafo que seguía la acción perdió por un instante el encuadre de la Ferrari, que salió catapultada por los aires, y lo recobró solo cuando en pleno vuelo, mostrando la panza inferior, pasó apenas encima del March de Mass. Gilles había embestido con la rueda delantera izquierda la posterior derecha de Mass y el auto había despegado, cumpliendo dos “lopping” completos en el aire, por un vuelo total de 25 metros en el que rozó el guard-rail de la derecha. La voltereta sucesiva llevó a la Ferrari a aterrizar de manera desastrosa sobre el asfalto, en la línea interna de fuga de la Terlamen. La energía cinética era tal que el auto, rebotando, volvió a volar por los aires para por fin, ya sin el tren delantero, caer y quedar inmóvil en el centro de la curva.
La Ferrari se pulveriza contra el suelo y Villeneuve sale despedido, atado a su butaca para terminar su vuelo del otro lado de la pista
Cuando el auto había rebotado contra el pasto, uno de los paneles honeycomb del monocasco, ubicado entre el respaldo de la butaca y el tabique frontal del tanque de nafta, cedió, arrastrando tras de sí los enganches de los cinturones de seguridad. Así, en una escena espeluznante, vimos por la pantalla cómo Villeneuve era catapultado fuera del habitáculo y pasaba en el aire, con la butaca todavía atada a su cuerpo, para caer como un muñeco desarticulado sobre el hombro derecho, tras un vuelo de casi 50 metros. Con el cuerpo volteó la primera red de protección, para impactar después violentamente el cuello (ya había perdido el casco integral que fue hallado más tarde a 100 metros de distancia) contra un palo de sostén de la red metálica más externa.
Los restos de la Ferrari volaron en todas las direcciones, con el volante que fue a parar 250 metros más allá. Gilles perdió también sus botitas, encontradas el domingo por la mañana 200 metros más lejos, en un matorral.
Villeneuve exánime, como un muñeco desarticulado, contra un sostén de la red de protección interna
De pronto, todo quedó quieto, con una inmovilidad sobrecogedora. Los autos que llegaban frenaron. Los primeros auxiliares corrieron hacia la red donde, doblado en dos, Gilles había quedado inmóvil, con la cabeza gacha. A mi lado, los mecánicos de Ferrari estaban mudos. Fue un silencio roto por Cevenini, quien dijo: “Mio Dio, se mató Gilles”. Y golpeándome el codo, tras decirme “Andiamo”, salió corriendo para el lugar del desastre que no estaba muy lejos, pues la curva Terlamen se encontraba justo atrás de los boxes.
Los primeros auxilios, con respiración boca a boca, dados a Villeneuve
Cuando llegamos, jadeantes, ya habían expuesto la bandera roja y vimos a varios comisarios de pista y un médico, al que se había sumado el doctor de la FIA, Sid Watkins, tratando de reanimar al exánime canadiense. Watkins había llegado apenas tres minutos después del desastre en el automóvil de Roland Bruynsereade, director de la carrera (todavía no se utilizaba la “pace car”). Se fueron agregando algunos pilotos (Mass, Eddie Cheever, John Watson, René Arnoux, a Pironi no lo vi). Todos, paralizados, mirábamos la terrible escena de Gilles apoyado sobre el palo de la red, doblado en dos. Algunos policías tendieron un cerco alrededor del lugar donde yacía el piloto, para que los curiosos no entorpeciesen los primeros auxilios que se le prodigaban, hasta que, finalmente, escondieron la escena detrás de un telón negro.
Uno a uno, los autos se van deteniendo mientras el cuerpo de Gilles es cubierto por un telón negro
Tiempo después, el doctor Watkins explicaría: “En cuando llegué a su lado me di cuenta que sus condiciones eran gravísimas, estaba sin sentido, lívido el rostro y el cuello, otras lesiones no se veían y presentaba una actividad cardíaca regular, mi conclusión fue que debía tener una fractura en la columna vertebral, por lo que le pusimos el cuello en tracción, le hicimos un masaje cardíaco y la respiración boca a boca, para después llevarlo en el auto de Bruynsereade al centro médico del circuito, donde ya estaba listo un helicóptero que lo transladó a la clínica Saint Raphael de Lovania”. Watkins lo acompañó y formó parte del equipo médico que de inmediato le hizo una Tomografía Axial Computerizada (TAC) que reveló una grave lesión del tronco encefálico, rotura con desprendimiento de las vértebras cervicales y lesiones gravísimas en la base del cráneo, debido tanto al impacto contra el palo de sostén de la red metálica como a la tremenda desaceleración (nada menos que 27 G). No había nada que hacer para salvarlo. En ese hipotético caso habría sobrevivido en un estado puramente vegetativo.
El parte médico dijo que murió recién a las 21,12 horas, cuando su esposa Joanna, que había llegado a Bruselas en avión tras ser alertada por Jody Scheckter, autorizó a desenchufar las maquinarias que aún lo tenían en vida.
Así quedó la Ferrari en Zolder, partida en dos y sin el tren delantero
Para entender por qué se mató Villeneuve en Zolder hay que remontarse a dos semanas antes, cuando el 25 de abril se corrió en Imola el Gran Premio de San Marino, al que había desertado la mayoría de los equipos ingleses, que discrepaba con Ferrari y Renault por cuestiones reglamentarias (la altura tolerada a las panzas de los autos). Ganó Pironi con Villeneuve segundo, a apenas 0,366 segundos, tras haberlo superado a sorpresa en la última vuelta. Fue un desenlace que precipitó la ruptura total entre ambos pilotos ferraristas. Podríamos decir, el prólogo del trágico desenlace de Zolder.
Villeneuve fue un generoso escudero de Jody Scheckter en 1979 y siempre creyó que, llegado el momento, en Ferrari se lo reconocerían
Gilles creía que, con el modelo 126C ahora competitivo, con un motor tubo que era una explosión de potencia, había llegado su hora. Había sido un fiel y generoso segundón de Jody Scheckter, ayudándolo en 1979 a ganar su título mundial, al que habría podido haberle dado batalla en más de una carrera. Había mostrado su temerariedad en el famoso duelo con René Arnoux por el segundo puesto del Gran Premio de Francia corrido en Dijon (ganó Jean Pierre Jabouille) que constituye hasta hoy uno de los episodios más apasionantes en la historia de la Fórmula 1. Pero también había mostrado que podía ser dócil y altruísta cuando en el Gran Premio de Italia disputado en Monza, que consagró a Scheckter campeón mundial, aceptó ser su escolta, defendiendo con pertinacia sus espaldas ante los ataques de Clay Regazzoni con su Williams FW07. De haber ganado, tenía chances para ser él el campeón mundial, ya que después de Monza había otras dos carreras, pero prefirió alinearse a los intereses de Ferrari. El puntaje final del campeonato lo dice todo: Scheckter lo terminó con 51 puntos, Villeneuve con 47.
El año siguiente (1980) fue desastroso para Ferrari, pues el modelo 312T5 resultó un fiasco total, tanto que sobre el final Scheckter decidió retirarse y en su lugar llegó Pironi. Un año que, de Villeneuve, dejó solo dos episodios para recordar. Uno fue en Le Castellet, durante unas pruebas privadas, cuando voló afuera a 300 kilómetros por hora pero no se hizo nada.
La locura de Villeneuve en Zandvoort, volviendo a boxes en tres ruedas
La suerte le había sonreído. Otro fue en Zandvoort, durante el Gran Premio de Holanda, y me tuvo como testigo personal, junto al colega Horacio Sola, que transmitía para una radio porteña. Gilles, que había pulverizado la goma trasera izquierda, decidió volver al box Ferrari en tres ruedas, arrastrando la llanta dañada que a cada metro amenazaba con desprenderse y provocar un desastre. Estábamos en la calle de boxes cuando lo vimos llegar con la Ferrari inmanejable, pero igual transformada en una tromba. Fue algo tan estúpido como innecesario. Los mecánicos de los distintos equipos se zambullían en sus boxes para evitar el eventual llantazo. Cuando paró, Sola -un tipo mesurado y observador- me dijo: “Negro, este tipo es un loco de la guerra”.
En 1981, ya con Pironi como nuevo compañero, Villeneuve le demostró al principio que era un gran tipo. Simple, genuino, dulce, siempre disponible, entabló con el francés una relación cercana a la amistad. Su límite venía de su propia bondad. Era un ingenuo. Creía que, en paridad de condiciones con su compañero de equipo, Ferrari recordaría su sacrificio de 1979 y lo compensaría con su preferencia en pista. O sea que, llegada la ocasión, recibiría el favoritismo del anciano “capo” de Maranello. Es cierto que el viejo “Commendatore” tenía por él una verdadera debilidad, pero Gilles no conocía una de sus frases preferidas: “Yo no inflingiré nunca a un piloto de mi escudería la humillación que sufrí en 1924, cuando corría, debí resignar un triunfo seguro porque me impusieron dejarme superar por un compañero de equipo”.
Enzo Ferrari en Maranello con Villeneuve
Ferrari, en aquel Gran Premio de San Marino de Imola, no estuvo representado como director general por Mauro Forghieri, sino por su hombre de estricta y personal confianza, Marco Piccinini, quien por sus modos curialescos había sido rebautizado “Monseñor” o “El Cardenal”. Fue Piccinini el que, tras el abandono de los dos Renault, únicos rivales serios de la Ferrari, armó el enredo que es necesario entender para darse cuenta todo lo que pasó después. Como Villeneuve y Pironi lidiaban por la punta, superándose peligrosamente una y otra vez, en la penúltima vuelta, cuando Gilles estaba adelante, hizo exponerle a ambos, desde el muro Ferrari, un cartel con la palabra “Slow”. Villeneuve la interpretó como una virtual congelación de las posiciones. En otras palabras, “tranquilo, porque Pironi no te atacará”. Y sucedió exactamente lo opuesto: en la última vuelta, el francés lo sobrepasó a sorpresa y ganó la carrera.
Villeneuve lo tomó como una traición. Entró como una furia en el box italiano y gritó: “Ahora búsquense otro piloto”. Bastaba ver su cara en el podio: enfurruñado, serio, silencioso, sin dirigirle una palabra ni al francés ni a nadie. Declaró: “Creía tener como compañero a un amigo y hoy me di cuenta que es un imbécil, me cuesta creer todo lo que pasó hoy en la pista, este señor se portó como un verdadero bandido”. Y su estado de ánimo, mezcla de rabia y decepción, empeoró en los días sucesivos cuando su esperanza de que Enzo Ferrari le diese una explicación por la victoria que Pironi le había robado no llegó nunca. No le bastó que Mauro Forghieri, ausente en Imola, le diese la razón. Y, así, con un humor negro, sediento de venganza, enceguecido y obsesionado por tomarse la revancha contra Pironi, que veía como su único enemigo, llegó a Zolder. Nervioso, tenso. Y más aún cuando se dio cuenta que acabaría en la gilla una fila detrás (1’16″616 contra 1’16″501) del odiado francés.
Carlos Reutemann, con quien compartió en Ferrari sus dos primeros años en la Fórmula 1, tuvo de Villeneuve un recuerdo enternecido: “Era un pibe maravilloso, empezó a ser un poco menos ingenuo cuando se dio cuenta que, entregando lo mejor de sí para que Scheckter fuese campeón mundial, tal vez Ferrari no lo recompensaría nunca, fue un golpe que no digirió nunca, yo trataba de consolarlo diciéndole que un título de campeón era como un tren que delante de algunos, como Fangio, pasó cinco veces, y que en otros casos se pierde pero puede pasar una segunda vez”. Reutemann sostiene que algo de este razonamiento le quedó en la mente, porque aquel mismo año 1982, en ocasión de una huelga que los pilotos hicieron antes del Gran Premio de Sudáfrica se le acercó y le dijo: “Carlos, tenía razón”. Era la primera carrera del año pero ya había intuído que Pironi se habría convertido en su enemigo mortal y que Ferrari no habría hecho nada para impedirlo.
Carlos Reutemann fue amigo y protector de Villeneuve
Canadiense, con una única experiencia en la velocidad con una moto para la nieve, había aparecido en la Fórmula 1 en el Gran Premio de Inglaterra de 1977, cuando le ofrecieron la butaca de un tercer McLaren todo emparchado y con un motor Cosworth para tirar a la basura. Así y todo, consiguió un noveno puesto en la grilla (en carrera terminó undécimo) y deslumbró cuando en el warm-up de la mañana fue el más rápido de todos. Al fin del Mundial, cuando Niki Lauda se clasificó campeón y se fue de Ferrari pegando un portazo, lo llamaron de Maranello para ocupar la plaza vacante. Debutó en el penúltimo Gran Premio de Canadá (abandonó) y en el sucesivo Gran Premio de Japón dio mucho que hablar, ya que protagonizó un grave accidente al colisionar con el Tyrrel de 6 ruedas de Ronnie Peterson. Tras un vuelo impresionante, su Ferrari aterrizó panza arriba entre la gente que ocupaba un lugar indebido y causó dos muertos y 10 heridos.
Segunda carrera de Villeneuve en Ferrari: en Japón impacta el Tyrrel 6 ruedas de Ronnie Peterson, envuelto en el polvo, y aterriza sobre la gente, causando dos muertos y varios heridos
Villeneuve no se hizo nada, pero el episodio desató una onda de críticas en Italia, donde atacaron a Ferrari por haber incorporado a un “inconsciente”, capaz solo de demoler máquinas. Don Enzo no los escuchó y lo confirmó para 1978 como escudero de Reutemann. Durante aquel Mundial, Gilles tuvo varios accidentes que le valieron el mote del “Canadiense Volador” El más serio fue en Long Beach, cuando en su intento de doblar a Clay Regazzoni embistió su Shadow y casi lo descabeza. El suizo lo quería matar. Tanta generosidad, al límite de la insensatez, le fue premiada con su primera victoria obtenida justamente en Canadá, entre su gente, en el circuito de Montreal que tras su muerte fue intitulado “Gilles Villeneuve”.
El bienio 1979-80 le deparó pocas satisfacciones. Hizo su aprendizaje pero siempre dejando la impresión del piloto combativo pero también poco reflexivo. Hasta que en 1981, con Ferrari que había pasado a los motores turbo cuya potencia disimulaba los límites aerodinámicos del modelo 126C, Gilles entrevió que estaba por llegar su hora. Más después de haberse impuesto, de hecho, como el “número uno” de Ferrari, con sus victorias en Montecarlo y en España (Jarama) y su tercer puesto en Canadá, cuando corrió toda la última parte de la prueba con el alerón delantero plegado que le obstaculizaba la visual, desatendiendo las órdenes del box Ferrari para que entrase a cambiarlo. Su temerariedad se había expresado otra vez en Holanda, cuando en la largada le pasó por encima a tres o cuatro autos, para irse a estrellar en la parte externa de la curva Tarzaan. Pero ya estaba instalado en el corazón de los “tifosi” de Ferrari, que lo adoraban por su osadía y su generosidad.
No tuvo en cuenta aquella vieja e indiscutida máxima de la Fórmula 1 según la cuál, para cada piloto, el peor enemigo es su compañero de escudería. Una omisión que pagaría con la vida.
El terrible accidente de Didier Pironi el 17 de agosto de 1982 en Hockenheim
Tres meses después de la tragedia de Zolder, en la clasificación para el Gran Premio de Alemania que se disputaba en Hockenheim, Pironi sufrió un terrible accidente que le cortó la carrera en Fórmula 1. Bajo la lluvia, al ingreso del Motodrom, no pudo ver al Renault de Alain Prost, que circulaba lentamente. Lo embistió con violencia y sufrió gravísimas heridas en sus dos piernas, que estuvieron varias veces a punto de serles amputadas. Se las salvó el equipo médico especializado del doctor Letournel, pero debió archivar para siempre su esperanza de volver a correr.
Sustituyó la Fórmula 1 con las carreras de motonáutica offshore. Conduciendo uno de estos bólidos acuáticos en una prueba delante de la isla de Wight perdió la vida el 23 de agosto de 1987. El reloj vigila siempre para que los destinos se cumplan. Parece que es así nomás.